Francisco Palau nació en Aytona (Lérida) en 1811. Ingresó en el Carmelo Descalzo y allí hizo suya la espiritualidad carmelitana que nos ha transmitido.
Su vida fue todo menos tranquila: conoció el exilio, el destierro y la cárcel, además de ser un infatigable viajero llevado por el entusiasmo evangelizador.
Hombre de gran inquietud interior y apasionado sin medida, se sentía impulsado a encontrar de un modo más intenso y personal el amor de su vida. Tras largos años de búsqueda espiritual lo encontró y su experiencia de Dios quedó concentrada en el Cristo Total, Cristo unido por el amor a su Cuerpo, a la humanidad entera. Eso es lo que hoy llamamos "Iglesia como misterio de comunión".
Esta vivencia arraigó en su corazón y marcó su vida con un profundo espíritu contemplativo y, al mismo tiempo, un excepcional impulso misionero. Donde se encontrara una persona necesitada, allí descubría Francisco a Cristo esperando su mano. Donde se hiciera silencio de adoración y alabanza a Dios, allí descubría a la humanidad entera con sus alegrías y con sus sufrimientos. Imposible abarcar un amor tan grande, pero maravilloso dejarse abrazar por él y continuar anunciándolo hoy. Esa es nuestra razón de ser.
Fue beatificado por el Papa San Juan Pablo II el 24 de abril de 1988.